Page 17 - Nemachtia Noviembre
P. 17
He aquí entonces, la explicación del por qué comer
emocionalmente se convierte en un hábito; nuestro cerebro, ante
la exposición de una situación emocionalmente negativa, asocia
la búsqueda constante de dicha liberación de estímulos de
placer.3
Lo anterior nos conduce a la necesidad de definir dos conceptos
fundamentales; hambre emocional y hambre fisiológica.
El “hambre emocional” es un mecanismo psicológico que se
expresa en una conducta: el impulso de comer en ausencia de
hambre. Sucede a menudo de forma repentina, por
desencadenantes emocionales; busca un consuelo o un falso
bienestar, pero suele provocar culpabilidad o descontento ya que
la comida no logra el beneficio buscado. En cambio, el “hambre
fisiológica” es un mecanismo determinado genéticamente
destinado a la supervivencia. Es una sensación física que crece
de forma gradual y que produce malestar, agitación, a veces
irritabilidad. Es un estímulo para la búsqueda de alimento y una
vez saciado alcanza una sensación de relajación, calma y
principalmente de homeostasis para el organismo.
La gravedad a destacar por parte del hambre emocional recae en
cuando dicha práctica se convierte en una conducta
desadaptativa de mayor importancia, lo cual puede derivar en
consecuencias físicas (problemas de peso corporal,
enfermedades metabólicas), psicológicas (culpabilidad,
vergüenza, insatisfacción, descontento) inclusive llegar a
repercutir en nuestro entorno social (aislamiento, falta de
participación, poco involucramiento social).4
¿Qué hacer entonces?
Lo primero a poner sobre la mesa será el aprender a tomar
conciencia de nuestros diferentes estados anímicos y
emocionales que nos llevan a alimentarnos por compensación e
identificar aquellos elementos que lo desencadenen. Resultará
conveniente también buscar alternativas que no repercutan con
nuestra salud y ayuden con dichos estados emocionales, como lo
puede ser escuchar música, tomar un baño, buscar apoyo social,
hacer deporte, etc. Pero por sobre todas las cosas, modificar y
mejorar nuestros hábitos alimenticios, respetar horarios de
comida, realizar 3 comidas principales y 2 colaciones, respetar
porciones de alimentos, identificar el hambre emocional y el
hambre fisiológica, realizar actividad física, disminuir el consumo
de bebidas azucaras y aumentar el consumo de agua natural,
todo ello con el fin de atribuir beneficios a nuestro organismo.5
Debemos otorgarle tiempo y atención a lo que ingerimos, mejorar
la selección de alimentos que generalmente escogemos, y en
esencia, disfrutar de todo lo que conlleva esta gran experiencia
vital que llamamos alimentación. Recordemos, en palabras de
Moliére, “hay que comer para vivir, y no vivir para comer”.
Bibliografía:
1.- J Salvador, G Frühbeck. Regulación de la ingesta alimentaria: una perspectiva clínica. Endocrinol Nutr.
2010; 52 (8): 404-430.
2.- Sánchez-Benito JL, León Izard P. Influencia de las emociones en la ingesta y control de peso. Nutr Hosp
2012; 23 (6): 619-629.
3. - Gibson Ed. “Emotional Influences on Food choice: Sensory, physiological and psychological pathways”,
Physiology & Behavior, 2013, 89, 53-61.
4. - Schifferrstein H, Desmet P. “Sources of positive and negative emotions in food experience”, Appetite,
2008, 50, 290-301.
5.- Calzada-León R, Altamirano-Bustamante N, Ruiz-Reyes ML. Reguladores neuroendocrinos y
gastrointestinales del apetito y la saciedad. Med Hosp Infant Mex. 2008 65 (6): 468-487.
NÚMERO 4 / NOVIEMBRE 2018 17
emocionalmente se convierte en un hábito; nuestro cerebro, ante
la exposición de una situación emocionalmente negativa, asocia
la búsqueda constante de dicha liberación de estímulos de
placer.3
Lo anterior nos conduce a la necesidad de definir dos conceptos
fundamentales; hambre emocional y hambre fisiológica.
El “hambre emocional” es un mecanismo psicológico que se
expresa en una conducta: el impulso de comer en ausencia de
hambre. Sucede a menudo de forma repentina, por
desencadenantes emocionales; busca un consuelo o un falso
bienestar, pero suele provocar culpabilidad o descontento ya que
la comida no logra el beneficio buscado. En cambio, el “hambre
fisiológica” es un mecanismo determinado genéticamente
destinado a la supervivencia. Es una sensación física que crece
de forma gradual y que produce malestar, agitación, a veces
irritabilidad. Es un estímulo para la búsqueda de alimento y una
vez saciado alcanza una sensación de relajación, calma y
principalmente de homeostasis para el organismo.
La gravedad a destacar por parte del hambre emocional recae en
cuando dicha práctica se convierte en una conducta
desadaptativa de mayor importancia, lo cual puede derivar en
consecuencias físicas (problemas de peso corporal,
enfermedades metabólicas), psicológicas (culpabilidad,
vergüenza, insatisfacción, descontento) inclusive llegar a
repercutir en nuestro entorno social (aislamiento, falta de
participación, poco involucramiento social).4
¿Qué hacer entonces?
Lo primero a poner sobre la mesa será el aprender a tomar
conciencia de nuestros diferentes estados anímicos y
emocionales que nos llevan a alimentarnos por compensación e
identificar aquellos elementos que lo desencadenen. Resultará
conveniente también buscar alternativas que no repercutan con
nuestra salud y ayuden con dichos estados emocionales, como lo
puede ser escuchar música, tomar un baño, buscar apoyo social,
hacer deporte, etc. Pero por sobre todas las cosas, modificar y
mejorar nuestros hábitos alimenticios, respetar horarios de
comida, realizar 3 comidas principales y 2 colaciones, respetar
porciones de alimentos, identificar el hambre emocional y el
hambre fisiológica, realizar actividad física, disminuir el consumo
de bebidas azucaras y aumentar el consumo de agua natural,
todo ello con el fin de atribuir beneficios a nuestro organismo.5
Debemos otorgarle tiempo y atención a lo que ingerimos, mejorar
la selección de alimentos que generalmente escogemos, y en
esencia, disfrutar de todo lo que conlleva esta gran experiencia
vital que llamamos alimentación. Recordemos, en palabras de
Moliére, “hay que comer para vivir, y no vivir para comer”.
Bibliografía:
1.- J Salvador, G Frühbeck. Regulación de la ingesta alimentaria: una perspectiva clínica. Endocrinol Nutr.
2010; 52 (8): 404-430.
2.- Sánchez-Benito JL, León Izard P. Influencia de las emociones en la ingesta y control de peso. Nutr Hosp
2012; 23 (6): 619-629.
3. - Gibson Ed. “Emotional Influences on Food choice: Sensory, physiological and psychological pathways”,
Physiology & Behavior, 2013, 89, 53-61.
4. - Schifferrstein H, Desmet P. “Sources of positive and negative emotions in food experience”, Appetite,
2008, 50, 290-301.
5.- Calzada-León R, Altamirano-Bustamante N, Ruiz-Reyes ML. Reguladores neuroendocrinos y
gastrointestinales del apetito y la saciedad. Med Hosp Infant Mex. 2008 65 (6): 468-487.
NÚMERO 4 / NOVIEMBRE 2018 17

